24 de julio de 2017

ESCUCHANDO EL FRESCO

Era tal el silencio que se podía oír el frescor de la mañana.
Y no es que fuéramos callados. Ni que las ruedas sobre la tierra flotaran más que rodaran. No. Sólo ocurría que a esas tempranas horas no había gritos, ni piques, ni bromas. El pelotón marchaba abstraído percibiendo en la piel la deliciosa temperatura que durante todos estos días se nos resiste. De vez en cuando un comentario, una respuesta, una opinión. Pero sin sobresaltos, sin alteraciones. Como respetando un pacto tácito para no perturbar los tonos sosegados del amanecer.
El terreno llano y la ausencia de viento invitaban a la serenidad, a un pedaleo pausado y cadencioso. Sin pausas, pero sin prisas. Camino de Jédula por el antiguo trazado del tren del azúcar esquivamos la primera parte, la más áspera, evitando de ese modo que los cimbronazos de las piedras despertaran nuestros apacibles ánimos. La idea era continuar hacia Junta de los Ríos, cuando recordé que en cierta ocasión atravesamos desde el manantial de aguas sulfurosas de Casablanca hasta el cortijo El Espino, y propuse hacer ese mismo tramo pero al contrario. Tomamos una primera entrada que no tenía salida. Una segunda que, después de varios asomes, comprobamos que tampoco era la apropiada. Nos indicaron que la tercera era la adecuada, pero en ese momento que Joaquín ya se había adelantado con la dirección correcta, una incipiente avería en la bici de Manolo nos aconsejaba un regreso rápido y fácil. Y en una generosa muestra de esfuerzo Joaquín se puso a conducir el grupo desde la entrada de la finca La Cantarera hasta las proximidades del circuito, unos once o doce kilómetros, sin pedir ni recibir relevos, quizás espoleado por aquél que le insinuaba ponerse a rueda del grupo de carreteros que marchaba delante nuestra.


Camino entre Casablanca y El Espino. (Foto de archivo)



No hay comentarios:

Publicar un comentario