4 de agosto de 2014

...ATRAVESANDO EL LENTISCAL

Esta mañana de lunes, como suele ser ya habitual entre semana, hemos descubierto o redescubierto en este caso un par de lugares, en otro tiempo frecuentados por vistosos y pintorescos.  Me refiero a la vuelta al Corrdor Verde por la Laguna del Taraje y la travesía por el Cortijo Guerra.

En esta ocasión nos acompañaron también los amigos Mantekas, incluido el chaval, Israel, padre de familia numerosa a sus pocos años y en la que alguna de sus hijas está ya en edad de votar (piénsatelo bien, chiquilla).

Entramos en el Parque de las Cañadas por el sitio habitual (cruce de Las Castellanas) y subimos hasta el parque eólico para bajar en descenso suave hasta la laguna del Taraje, por lo que es el carril de La Puerta Verde de Jerez, que conecta la Laguna de Medina con Puerto Real y en el que en medio está el “saborío” cortijo de La Carrascosa. Pero una vez empezamos a rodear la laguna,  el carril empezó primero a estrecharse y luego a cubrirse por completo de  lentiscos y juncias  hasta el punto de llegar a estar más perdidos que el barco del arroz. Las caras de despistes de unos y de ofuscación de otro que se dio el madrugón para llegar desde Conil a tiempo de la salida nos hicieron dudar de cómo y cuándo podríamos salir de allí;  incluso de si llegaríamos alguna vez a lograrlo.
Alguien propuso de volvernos para atrás, con dos co... Pudimos comprobar que los arañazos de lentisco escuecen tela marinera con el posterior sudor y que las madrigueras de los conejos dejan el terreno como un queso gruyere en el que lo difícil es no caerse de la bici. Lástima de carril que hasta no hace mucho discurría pegado al arroyo y que solo en épocas de inundaciones se anegaba, teniendo que desviarnos por un carril que une un cortijo con la carretera de El Pedroso. Uno de los carriles con mayor encanto de esa zona. Solo las huellas de lo que parecían despistados o incautos senderistas delataban la presencia humana ocasional por allí en lo que fue una cañada de frecuente paso hacia Arcos y Medina desde San Fernando. Y fue la construcción de la carretera del Pedroso lo que imposibilitaría el desagüe del arroyo, primero, y su abandono, más tarde. 

Recuperada la marcha y tras cruzar la carretera de El Pedroso, cogimos la primera alternativa que se hizo del Corredor Verde Dos Bahías para evitar el Arroyo Salado en épocas de lluvias. Luego harían la segunda alternativa, que es la del sendero entre pinos y eucaliptos que tanto gusta a muchos (y a Francis más).  Este carril nos llevaría por un buen sendero al mismísimo cortijo Guerra. Cortijo plagado de historia, pero hoy reconvertido en Centro Ecuestre y en Parque Eólico. El progreso, dicen, o sea, ese invento moderno que solo  sirve para que cada vez vivamos peor.

El regreso, por el Corredor Verde hasta el Meadero de la Reina (vaya nombrecito),  donde Tomás nos invitó a… ¡agua!, y hasta el Hospital de Puerto Real, después, para luego cruzar la Autovía por lo que oficialmente ya llamamos la “Trialera de Joaquin” (Manteka) o de las avispas rabiosas desde hoy. De allí,  vuelta a la puerta de los cocodrilos para soltar piernas por la carretera de Bolaños. Soltar piernas hasta la “Cuesta de la Peste” (vertedero de basura), poco antes del cruce de Las Quinientas, donde una vez más se reeditó el duelo Tomás-Francis por el Premio de la Montaña. Cero a uno para el segundo  esta vez. Que no se diga, maño. 

Por último, la cuesta de Pinosolete puso punto y final (el otro final lo pondrían algunos con las cervecitas en el Casablanca) a un día estupendo,  a pesar de los lentiscos. Y es que este verano será recordado no ya por la tan cacareada (y engañosa) recuperación económica, sino por las rutas matinales en un verano extraordinariamente fresquito. Y por las mañanas, más. 

Condió. 

1 comentario:

  1. Precioso recorrido en el que hemos retomado antiguas rutas que a menudo ignoramos al olor de los molletes. Enlazando cañadas, corredores y cordeles nos hemos adentrado en el término de Puerto Real, en un itinerario abundantemente sombreado, sin grandes dificultades técnicas ni físicas. (Me quedé con las ganas de una "sugestiva rampita" que insinuó Fernando, próxima al cortijo Guerra).
    Rodear el perímetro de la laguna nos ha servido para desarrollar toda una serie de percepciones sensoriales que nos proporciona la naturaleza y que habitualmente tenemos aletargadas: el olor de los ramazos de lentisco sobre la nariz, los estallidos de los pepinillos del diablo y las picaduras de insectos sobre la piel, la perspectiva multicolor de una frondosa vegetación autóctona, el susurro del aleteo de los insectívoros que se alejaban a nuestro paso y el zumbido de las avispas sobrevolándonos... Todo un placer para los sentidos.

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