12 de abril de 2014

LA ERMITA INVISIBLE

El día amaneció encapotado. Además habían anunciado que a partir de las once comenzaría a despejar el cielo pero arreciaría el viento.
Unos pensaron que más de cien eran muchos. Otros, que la recta hasta el río resultaría insufrible. Hubo hasta quien, prudentemente, prefirió no machacarse los riñones con una bici a la que no le tenía cogida la postura. Así que, en una mañana más apropiada para pedalear que para hacer fotos, cada cual hizo su ajuste de situación y se acopló al pelotón que mejor le pareció.
En la salida había siete bicis, esperando los cinco minutos de cortesía por si alguno se rezagaba. Pero para entonces cada uno había hecho ya su apuesta y tenía muy claro que no iba a aparecer a las ocho treinta, ni para el café, al menos hoy.  Fernando D., con un estupendo aspecto y los mismos ánimos de siempre, se acercó a darnos el banderazo de salida y a desearnos buena ruta por tierras marismeñas. Y comenzamos, igual que el sábado anterior, haciendo el camino mixto que propuso Rafa V. en la directísima a Lebrija: vía de servicio hasta El Cuadrejón, donde nos cambiamos de lado para continuar por el nuevo carril de servicio del tren. Marchábamos a un ritmo alegre pero sostenible, que bien pudo deberse al viento favorable, porque llegamos con tres cuarto de hora de adelanto con respecto al horario previsto. Por el camino Lauren iba dando sus típicos achuchones (él es azín). Cruzamos Lebrija sin problemas. Luego, un pequeño tramo de carretera hasta enfilar la Vía Verde Las Palmeras. A continuación una recta infinita, absolutamente recta (se puede comprobar en Google Earth) y absolutamente infinita. Si no, ¿cómo se le puede llamar a ese trazado lineal y llano de diez kilómetros interminables que discurren junto al Colector Norte y al Caño de la Hambre? La leve silueta al fondo de los árboles junto al río nos parecía inalcanzable: una ilusión y una promesa. Por aquí comenzábamos ya a notar el viento de frente. Lo único que servía para romper la monotonía eran los baches. Lauren, Fernando y a ratos Joaquín, como una perfecta versión de los Lolos, iban palante despacito (je, je), sin pausas pero con prisas (después supimos por qué). Manolo, empeñado en que no bajara la media (que por esos lugares llegaba a ser de casi 5 o 6 kilómetros por encima de lo previsto). Y los demás, dándonos mutuo consuelo y compaña, echábamos de menos algún sargento de hierro que enrasara la fila.
Pasamos junto a la Ermita de La Señuela pero alguno ni la vio. El tramo que discurre junto al Guadalquivir (de lo más bonito, creo, de la ruta) tampoco lo pudimos disfrutar. Un túnel verde de eucaliptos, con el margen hasta el río tapizado de hierba y juncos, milanos,  cigüeñas y garcetas sobrevolándonos,  algunos ciclistas con dirección a Sevilla, y el gran río Betis a nuestro lado, no los pude ver bien, no sé si por los nublados o por el empañe de las gafas. Y si más viento de frente, más apretaba alguno. Y si más apretaba alguno, pues más azuzaban los otros. Y así, casi hasta Trebujena. Por ahí me pregunta uno que cuándo íbamos a ver la ermita.
- ¿La ermita? La hemos dejado atrás hace casi 20 kilómetros. Así vas.
¿Por dónde estarían los Lolos? ¡Yo que pensaba que nos saldrían al encuentro con un buen avituallamiento de dulces para compensar nuestro esfuerzo! Desde Trebujena Lauren continúa por carretera porque tiene que estar pronto en Jerez: enigma número uno descifrado. Los demás optamos por los carriles entre marismas hasta Mesas de Asta. Desde allí seguimos por la cañada hasta Morabita, con el viento, ahora sí, a favor y el carril en perfectas condiciones para rodar.
Y en Morabita, a la altura del vertedero, tomamos el sendero de Cañada Ancha hasta Jerez, terminando en la ermita del Blanca con 106 k. y una hora antes de lo previsto. ¡No habían llegado ni los Lolos todavía!
Fernando se despidió un poco antes del bar: tenía un compromiso ineludible al que ya llegaba con retraso (segunda incógnita resuelta). En la meta estaba esperándonos el otro juez de carrera, Diego, para realizar el control antidoping al primer pelotón. Todos teníamos el hematocrito dentro de los valores permitidos menos Tomás, que estaba unos puntos por debajo del límite. Y es que ayer viernes... ¡había donado 500 ml. de sangre! ¡Y aún así aguantó el recorrido! Bravo, Tomás. Me he enterado que la persona a la que le pusieron tu transfusión salió del quirófano y se hizo seis series corriendo, subiendo y bajando las escaleras del hospital. Buena cuenta dimos desde luego de los garbanzos con langostinos, ensaladilla, aceitunas y papas fritas, amén de otros isotónicos espumosos. Un poco más tarde llegó el pelotón Lolo, a los que casi dejamos sin avituallamientos. Tanto es así que vi a Manolo Blanca guardándoles en una bolsa un poquito de ese isotónico para que no lo gastáramos todo y se quedaran sin probarlo .
En defnitiva, que llegamos a buena hora y antes que el otro grupo, pero a costa de subir la media y hacer una kilometrada a calzón sacao. Escuché que a algunos de los que no nos acompañaron los llamaron cagaos. No. Ni cagaos ni quejicas. Hicieron bien los que desistieron de la ruta. Valoraron determinadas variables y decidieron acertadamente evitar lo que podría ser un desaguisado. Porque, con las prisas, alguno tiró de lo lindo, olvidando a veces a los de atrás. ¿Qué habrían hecho si hubiese venido un grupo más numeroso y variado? Como entrenamiento, ha estado muy bien. Como ruta, bonito el tramo nuevo. Como salida en grupo, una decepción.

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