24 de septiembre de 2013

LA TEORÍA

Hoy hemos estrenado otoño con una ruta clásica por los montes. Edmundo proponía un trazado circular comenzando en La Palmosa, con subida al Montero, y recorriendo un tramo novedoso hasta Patrite.
Dos días antes nos habíamos enterado del desafortunado accidente en bici de un compañero que posiblemente participaría en la ruta. Así que en más de una ocasión se nos venía a la cabeza el contratiempo. Francisco, un ciclista de Alcalá que pedaleó un rato junto a nosotros, nos comentó que la variante no la podríamos hacer por tratarse de un camino particular con mucha vigilancia. Pero nos explicó otra opción más factible, aunque también privada. Y eso hicimos. Luego, un pequeño tramo de carretera hasta Alcalá y de allí a La Palmosa. Total, más de 80 kilómetros.
Tomando la cerveza de rigor, nos comunican que otro compañero se ha accidentado con la bici esta misma mañana y también por carretera. De nuevo otro mazazo. De forma que, de vuelta en el coche, no paramos de hablar del tema. Lo primero es la condolencia y solidaridad con los afectados, probablemente porque nos ponemos en su piel. ¿Quién no ha sentido en alguna ocasión la crudeza de una caída? Después, cuando hemos conocido un reciente percance, somos más cautos durante un tiempo, hasta que volvemos a coger confianza. Y vuelta a la adrenalina. ¿Dónde está el límite del riesgo? Cada uno se marca el suyo propio en función de muchos factores. Todos conocemos los peligros, que pueden ser muy altos, pero no por eso dejamos de practicar ciclismo. Cada cual disfruta la bici de una manera y no por eso es ni más ni menos válido. La teoría económica señala que lo conveniente es adoptar decisiones, pero gestionando el riesgo. Esa gestión se puede dividir en cinco fases:
  1. Identificar los riesgos (catalogarlos). Estado de la propia bici, estado del terreno, condiciones metereológicas, factores externos (tráfico, animales, imprevistos)...
  2. Evaluar los riesgos, calculando los daños potenciales y valorando la probabilidad de que esos daños se produzcan (cuantificarlos). Relajación en la conducción según sea carretera o carriles, circulación en grupo apretado, dificultad del terreno, obstáculos, velocidad inadecuada, esfuerzos excesivos...
  3. Planificar (valorar las acciones más adecuadas para tratarlos: evitarlos, reducirlos, transferirlos o asumirlos). Mantener la bici a punto, circular por zonas poco transitadas, evitar tramos peligrosos, adoptar una velocidad controlable, distancia de seguridad, anticipar los posibles obstáculos, no sobrepasar los límites personales...
  4. Establecer los controles que minimizarán el riesgo. Revisión periódica de la bici, informarse de las condiciones metereológicas, conocimiento del recorrido a realizar (distancia, perfil, dificultades), atención a la conducción, anticipación de eventualidades, sentido común, avituallamientos adecuados...
  5. Controlar (revisar los indicadores que nos permitan medir el riesgo al que estamos expuestos en cada momento). ¿Llevo el casco? ¿Las gafas? ¿Los guantes? ¿El teléfono? ¿El agua? ¿El bombín? ¿El dinerito para la cerveza?... ¡Quillo! ¿Dónde estais? Esperadme cinco minutos que he ido a coger la bici y estaba pinchada...
Y con todo esto en la cabeza ¿quién podría disfrutar sobre la bici? No sería posible. Es necesario simplificar: cada quien conoce los riesgos potenciales, adopta una medidas básicas de seguridad y asume las consecuencias. Porque una cosa es la teoría...

4 comentarios:

  1. Rotundamente, el riesgo existe y el peligro está ahí fuera. Sálvese quién pueda! Ojalá seamos todos! No digo ná.

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  2. Interesantes y, en mi caso, muy oportunas reflexiones.
    Lo primero, felicitaros por esa ruta a la que me había apuntado con mucho gusto.
    Por otra parte, cuando estoy postrado en el sillón del dolor (estos días convertido en ponedero) y aún cuando mi mundo existencial no va ahora más allá de los ibuprofenos, vendas y gasas, pomadas, betadines y cañitas para poder comer; incluso cuando lo más duro está aún por llegar, me refiero a la visita al dentista y a su insaciable ansia de dejarme el bolsillo peor aún que la boca y el brazo, estoy deseando volver a montarme ...en bici también.
    Tanto es así que mi recuperación empezó a ser un hecho cuando comprobé que mi Mérida no tenía tras el "accidente" más arañazos que los habituales, que no son pocos.
    Desde luego no lo he pasado bien esta semana, pero he de reconocer que hay varias circunstancias que minimizan el desastre. En primer lugar, tengo que decir que el que mejor lo pasó cuando se produjo mi caída fui yo mismo. La naturaleza es tan sabia que lo instala a uno en una especie de trance, que a mi se me antojó casi placentero (sería que no me veía mi propia cara, sino que más bien le vi la cara a la...). ¡Ohjú!. En segundo, o primero, la actitud de los amigos que me atendieron in situ, que se puede calificar como lo siguiente a magnífica. Y, por último, la cantidad de gente buena que hay en el mundo, de modo que hasta el personal de los hospitales en los que di con mis despellejados huesos fue encomiable (¡¡¡VIVA LA SANIDAD PÚBLICA!!!). Sirva como botón de muestra que cuando entré en cirujía plástica del Virgen del Rocío de Sevilla le pregunté (lo juro) al cirujano "oiga: ¿cómo ha quedado el Betis?", a lo que me respondió "no ha ganado, pero lo ha merecido, aunque tú has quedado peor". No me cabía la menor duda de que haría un buenísimo trabajo de reconstrucción de la jeta, cosa que se está confirmando día a día.
    Ya estoy casi bien. Esta misma mañana he salido a por el periódico. He visto la luz luego de una semana muy negra. Lástima que me he cruzado con un chiquillo al que la madre habría mandado a por el pan, que, al verme, ha corrido despavorido. Y una vez que he regresado he pensado que siendo sábado ¡no sé qué hacer sin bici!.
    Y que conste que lo que tenga que pasar… No soy yo de los que arriesgan el palmito alegremente. Vosotros me conocéis. Pero, como diría mi madre: "cuando está de Dios...". El caso es que ni iba deprisa, ni distraído, ni tonto (esto es discutible para mis hijos por lo de caerme de boca), pero se dieron varias circunstancias al mismo tiempo que hacen que, a pesar de todos los cuidados, el pellejazo sea inevitable. En mi caso, creo, ocurrieron dos fundamentales: por una parte, que creí que pararíamos, como solemos, unos 20 metros más adelante de donde giramos; y, por otra, que fui a caer justo donde se corta el asfalto de la carretera. Tal vez también influyera el cansancio y la consecuente falta de reflejos de haber salido el día anterior. O los años, que no pasan en vano. O qué sé yo.
    Pero como quiera que sea, estoy deseando comprobar lo de que la mancha de una mora con otra verde se quita. Es decir, recuperar el movimiento moviéndome (que no meneándome); y para eso nada mejor que en la bici. Si no, no tendré forma de trincar ya al Riki, aunque siempre queda el consuelo de los "Tope de goma" o "Lolos".
    Y estoy convencido de que, a pesar de que aún estoy pagando el precio por practicar este deporte (joputa), es un precio pequeñísimo comparado con las grandes satisfacciones que produce. Además, los huesos rotos duelen , pero peor es una mañana de sábado sin saber qué hacer en casa e imaginándoos disfrutando de los primeros barros de la temporada.
    Saludos a todos y, otra vez, gracias.

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    1. Que bien escribes Fernandito.... !Animo que ya te tenemos de vuelta!

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  3. Di que sí, Fernando. Me alegra leerte tan positivo, así que ánimo y al toro y que nos veamos muy pronto!

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