6 de febrero de 2013

CAMINOS QUE SE PERDIERON. II. ALREDEDORES DE JEREZ

Los caminos hacia la Sierra de San Cristóbal eran otras de las salidas tradicionales de Jerez. Había diferentes formas de acceder, pero hoy me referiré a la salida por la Hijuela de las Coles. Este camino tiene varios tramos que, por su interés, merecen ser ser rememorados aquí. Alguno de ellos ha sido modificado (urbanizado) y otros, debido a su escaso tránsito, han comenzado un progresivo deterioro que ha estado a punto de inutilizarlos.
Cruzando la Avda. Blas Infante junto al campo de la Juventud, atravesábamos toda la Hijuela de las Coles hasta llegar a la carretera que delimitaba esa zona de la ciudad (actual Avda. Puerta del Sur). Desde aquí la hijuela continuaba en forma de un amplio carril de subbase, con descampados a los lados y alguna antigua vaquería. Este tramo (en la actualidad Avda. del Reino Unido) está en proceso de urbanización, con nuevas viviendas, rotondas y viales. Continuando de frente (por la izquierda se continuaba hacia Desguaces Jaén) se subía una cuesta de tierra que llegaba hasta el Rancho S. Antonio, desde donde comenzaba una estrecha pero bonita bajada entre tunas (la Hijuela de La Campana) hasta la cañada del Carillo. Debido al uso de otras vías de acceso más cómodas y al inexistente tránsito por este tramo durante un tiempo, las tunas habían invadido el angosto sendero. 
Hasta que hace un par de años algunos nostálgicos comenzaron a cruzarlo de nuevo, ayudando a hacerlo transitable y recuperándolo para su uso ciclista. Aunque tiene surcos, piedras, resaltes y muchísimas hojas de tuna por el suelo, tenemos que continuar recorriéndolo para que la vegetación no lo haga infranqueable. 

Cruzando la cañada del Carrillo enfilábamos el tercer tramo de este camino, que llamábamos la subida de las Cuevas. Aun siendo de tierra se encontraba en unas condiciones que permitían la subida de vehículos, pero su pendiente y las fuertes lluvias se encargaron de ir estropeando el piso hasta llegar al estado que presenta en la actualidad: una auténtica trialera de subida, utilizada como vertedero y escombrera. Básicamente es utilizada como subida o bajada por los beteteros de la zona pero cada vez menos.
Otro camino del que nos hemos visto privados es el que se dirigía de Las Beatillas a la laguna Juncosa  (en el complejo endorreico de El Puerto). Nada más pasar la hacienda tomábamos a la derecha un camino pedregoso en forma de v invertida, entrando por un carril muy claro que transcurre junto a un bosquete de eucaliptos (justo al otro lado del bosquete está la trialerita que desemboca junto al canal, cerca del casino). 

Ese camino, al terminar el eucaliptal, tuerce a la derecha para cruzar la finca, pasar junto al cortijo, rodear la laguna Juncosa por el norte e incorporarse a la cañada de las lagunas de El Puerto. El carril todavía existe pero lo cerraron para el paso de bicicletas, quedando como alternativa la trialera y posterior carretera junto al canal, hasta llegar al cruce de las lagunas.
El tercer camino que dejamos de recorrer en los alrededores de Jerez y que traigo hoy al recuerdo es la subidita de la viña Las Puentes. Cruzábamos por encima la autovía y cogíamos la cañada del Carrillo en dirección contraria a la sierra de S. Cristóbal. En el cruce de caminos torcíamos a la derecha (hacia la carretera de Rota) por la cañada del Calderín. 
Cuando llegábamos a la carretera la atravesábamos y continuábamos de frente por un carril entre viñas que nos llevaba hasta la entrada de Las Puentes. 
Continuando por ahí enlazábamos con Los Labios y las lagunas. Una de las últimas veces que pasamos por ese carril estaba en muy mal estado por el abandono generalizado de las viñas y las preferencias de nuevos accesos más directos y cómodos.

1 comentario:

  1. Recuerdo aquel camino, que partía al lado del que subía al “mirador de ladrillos” del Parque de Las Aguilillas. El que en su primer tramo algunos cogíamos por los toboganes hechos de montones de tierra y que iba hacia Montecastillo, pero que se desviaba a la derecha a unos cincuenta metros. Tomando ese desvío empezaba un carril con vocación de carreterita, que, en suave subida, pasaba primero frente a una casa de campo y luego cruzaba unas viñas, de Agustín Blázquez me dijo Juan Lozano. Había que evitar una alambrada, que hacíamos como suele Ginés, o sea, haciéndole menos caso que los gatos a las bellotas, aunque sin llegar a cortar los alambres como otro que yo me sé.
    Pues bien, tras recorrer un tramo de buena pista y pasar ante la casa del guarda desembocábamos en Cuartillos, a la altura de la curva que está poco antes de la entrada a los depósitos de agua. Recuerdo que, tras cruzar las viñas, si en lugar de girar hacia Cuartillos, lo hacíamos hacia la izquierda, llegábamos cerca de la Casa de Postas de la antigua carretera de Arcos, hoy Vía de Servicio de la autovía.
    Era un carril idóneo para cuando volvíamos de La Guareña y evitábamos la carretera fatídica de La Barca. Y digo era, porque llegó un día en el que el guarda, más celoso del terreno que vigilaba que si fuera suyo, nos acechó tras un eucalipto, corrió detrás de nosotros, como Pepe tras Messi, y nos dio alcance con una Puch. Decía, una vez recuperado el aliento, que "algunos se metían con motos y lo destrozaban to". “Nosotros no vamos en moto”, le dije yo. Y me callé el “aquí el único que va en moto eres tú”. Tras un rifirrafe dialéctico (menos mal que solo eso) con el que nos amenazó primero con llamar a la Guardia Civil, "como si no tuviera cosas más importantes que hacer ésta" le espetó otro, y rogarnos que no volviéramos por allí después, apelando a un conmovedor “es mi trabajo”, dejamos de usar ese camino. Lástima porque, entre otros encantos, nos permitía llegar a Jerez desde Cuartillos sin dar pedales. Cosa que, tras la subida desde La Guareña, agradecían los ya por entonces maltrechos palmitos.
    Además, permitidme el detalle, recuerdo que un día, bajando ligero, cuando aún yo bajaba ligero, o sea, en el Pleistoceno, me pegó (o le pegué yo) una alcachofa en la pierna y se me incrustó el pincho de manera que no lo podía extraer y cada vez que intentaba pedalear más se me clavaba. Total, que tuve que volver a casa andando, pero peor que una casa de familia numerosa hoy. Entonces entendí en su justa medida la expresión "¡por los clavos de Cristo!".
    En fin, un carril más que se tuvo que privar del privilegio de nuestra distinguida presencia (¡ejem!) y conformarse con la del de la Puch. Tampoco éste tuvo ya mejor entretenimiento. ¡Que se joa!.

    Por otra parte, también recuerdo que llegábamos a Estella, tras bajar La Moronta, pasar por debajo de la autopista y girar por el camino que de “los tubos” del agua potable. Pues bien, a los que padecemos de vértigo aquello era como un más difícil todavía y ¡sin red!. Y más si estaban mojados. Y más aún si hacía levante. Cierto que se acortaba mucho para llegar a Estella, pero yo pronto decidí darme el calentón de dar la vuelta antes de que pudiera probar cuán dolorosa puede llegar a ser la fuerza de la gravedad.
    Por cierto, nunca entendí cómo ni porqué algunos se empeñaban en convencerme de algo que era superior a mi. Nadie mejor que yo sabía lo que me convenía; así que apelando a “el miedo es libre”, me daba media vuelta… ¡con dos cojones!.

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