1 de febrero de 2013

CAMINOS QUE SE PERDIERON. I. JEREZ

Al publicar la anterior foto de archivo me vino a la memoria el itinerario por el que regresábamos a Jerez ese día. Y me di cuenta que han sido varios los caminos que por una u otra razón hemos perdido para siempre. Los caminos, como los paisajes y las personas, no son inalterables sino que están vivos y van modificándose (algunas veces, hasta incluso mejoran). También es demasiado rotundo afirmar que se hayan perdido para siempre. ¿Quién sabe si alguna vez se recuperarán?
Situada al oeste de la ciudad, la salida hacia Rompecerones se hacía por las calles Merced, Dr. Luis Romero Palomo, Juan Puerto Aragón y Avda. del Azahar, ya en Picadueñas. Llegando a la altura de las últimas casas comenzaba una bajada pronunciada, todavía de asfalto, donde había que llevar cuidado porque podían salir coches de los lados. Un poco más adelante estaban a uno y otro lado los enlaces con la carretera general (antigua Nacional IV) y justo a continuación el túnel de la circunvalación. Desde aquí era ya carril, con mucho escombro de relleno apisonado y chumberas a los lados. A la izquierda había un centro hípico y a veces nos encontrábamos por el camino algunos jinetes con sus monturas. Más adelante se llegaba a lo que era propiamente el inicio de Rompecerones, allí justo donde se encharcaba siempre que caían dos gotas, obligando a pasar junto a los alambres. El túnel bajo la nacional desapareció, pero en Google Earth todavía se puede apreciar ligeramente el trazado del sendero al que me refiero, en línea con la bajada de la Avda. del Azahar, bastante abandonado, cubierto de hierbas e incluso con alguna chumbera, pero sin ninguna posibilidad de conexión desde que existe la nueva circunvalación.
Cuando finalizábamos por aquí mismo poníamos de guinda la subida de Avda. del Azahar, con suma precaución porque lo hacíamos en contramano: tenía guasa venir subiendo a plato chico y encontrarte coches aparcados a un lado y otros circulando de frente con el espacio justo y pitándote. Pero lo mejor era la "versión trialerita". En el descampado que había junto a la carretera existía un senderito que pasaba bajo un enorme cartel publicitario y subía en diagonal hasta la parte trasera de los jardines del zoológico. Por allí se podía ver una casa en ruinas, palmeras y otros árboles, y tras pasar unos escalones y cruzar unos antiguos jardines, terminábamos junto a la barriada de Picadueñas.
Otro camino para el recuerdo es la cuesta de la Moronta. Debido a su pendiente, al deterioro que ha sufrido tras las fuertes lluvias y al abandono de las autoridades competentes, hemos perdido otra guinda de regreso a Jerez. Situada al este de la ciudad, para llegar allí se pasaba delante del Club Nazaret y se seguía de frente por esa calle que aún no tiene nombre, delante de Montesierra, entre Montealegre Bajo y Montealegre Alto. Con parcelas agrícolas a los lados, el asfalto se volvía hormigón hasta llegar a una finca con una gran nave, desde donde el camino era ya de tierra y comenzaba la bajada pronunciada hasta el canal, bordeada de frondosas acacias de pinchos. Al estar siempre muy surcada esa bajada, era necesario llevar cuidado de no meter la rueda por un sitio inapropiado y terminar magullados.
De vuelta, si quedaban fuerzas, el cuidado era no pillar los pinchos, ni los surcos ni las piedras sueltas, todo un derroche de habilidad para conseguir subirla. Pero arriba esperaba el merecido desahogo para las piernas en forma de suave descenso, dejándote llevar sin dar pedales hasta el agrupamiento. En la actualidad se encuentra en un estado de inaccesibilidad e intransitabilidad contundentes, existiendo grietas donde incluso cabría una persona en pie. La alternativa es desde entonces la Cuesta del Caracol (en La Teja) y el carril del canal hasta llegar al pie de la Moronta.
Como suele ocurrir, nos hacen poca gracia determinados tramos del camino, por su dificultad o por nuestra torpeza. Pero cuando los perdemos y al tiempo los recordamos, lo hacemos con nostalgia, deseando que existiese la posibilidad de recorrerlos aunque fuera sólo una última vez.

1 comentario:

  1. Hoy tengo ganas de escribir. Será porque me he retirado a tiempo (dicen que vale más que una victoria) de la ruta de Los Pilones, donde ha hecho mucho frío y más viento. En cambio, sí la han completado como auténticos machotes Vadillo y Diego. Culés tenían que ser.

    Bueno, a ver qué se me ocurre:

    Pues sí, Angelmari, me parece muy interesante el tema que planteas, porque los carriles perdidos, además de formar parte de nuestra experiencia, lo son también de nuestro patrimonio. ¡Ostia! No está mal para empezar. Sigo.

    Quiero contribuir aquí a ese refresco de la memoria (se nota que nos hacemos mayores) citando tres experiencias personales , que tienen que ver con otros tantos puntos de interés bikero.
    En primer lugar, recuerdo que un día, cuando
    bajaba como un kamikace la cuesta que unía Picadueñas con Rompecerones, y justo antes de entrar en el túnel que cruzaba la N-IV, en la carreterilla que iba paralela a ésta, me eché encima de un coche (¡Seat 127 y rojo!, que parece que lo estoy viendo ahora mismo) y a punto estuve de estamparme como un mosquito contra la chapa. Aquellos frenos Cantilever del Pryca parecían estar inventados por un enemigo. Menos mal que el conductor me vio a tiempo de evitar que quedara más echado a perder que un cubo lleno de cáscaras. Ya no quedan conductores como los de antes… ¡ni conductores ni na!.

    Por otra parte, recuerdo que rematábamos las salidas de todos los sábados con la guinda de la cuesta de La Moronta, donde Domingo, don Domingo, gustaba de exhibirse ante los globeros que le acompañábamos. Y fue así hasta que varias veces seguidas nos esperó arriba, a donde llegábamos exhaustos, una perrilla negra, que nos tomaba como presas propicias y que, lo peor, se hacía acompañar de un mastín que era como un burro que ladraba. Yo le temía más que Rajoy a los papeles del Bárcenas. Entonces me di cuenta de que llegar el último tiene sus ventajas.

    Y, en tercer lugar, la corta pero intensa subida al mirador, que había en el Parque de las Aguilillas, al que se accedía nada más cruzar hacia la izquierda la carretera de La Barca, y que la remataba un murete de ladrillos, que no tardó en ser descubierto por los gamberretes, supongo. Pues bien, llegar arriba, hoy cubierto de lentiscos y retamas, sin poner el pie (ni la espalda) en el suelo era todo un reto, que afrontábamos cuando aún teníamos menda. Una vez arriba se comprendía porqué el encanto del lugar fuera también compartido por los y las que lo tomaban por “Villa Cariño”.

    En fin, si como decía aquel: “los recuerdos llegarán a ser nuestra principal riqueza”, empecemos a sentirnos como “los nuevos ricos”, aunque sin sobres… ¡cagonlaleshe!

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