7 de junio de 2012

NUESTRA TIERRA

Es cierto que tenemos muchos y muy diversos paisajes cercanos para la práctica de la BTT: monte, montaña, bosque, costa, marismas, etc. Hay lugares privilegiados, como el Campo de Gibraltar, la serranía de Grazalema, la Sierra Norte de Sevilla o el valle del Genal. Otros que no conozco y de los que me hablan maravillas: la ribera del Guadiamar, minas de Riotinto, la ruta del Agua en Guillena. Pero lo que nos ha tocado por aquí son grandes extensiones de cultivos de secano. Y viñas. Muchas viñas.
A menudo suele ocurrir que idealizamos lo que no tenemos (según las preferencias de cada uno) y menospreciamos lo nuestro. Siempre vemos lo más negativo, las pegas, olvidando lo que de bueno, de especial o de bello pueda ofrecernos. Y eso es lo que me ocurre muchas veces con las viñas. Cuando la ruta ha pasado por ahí sólo me queda la sensación de sequedad, polvo y traqueteo. Pero hoy las he mirado con otros ojos. He disfrutado porque las sentía como "mi paisaje", "mi tierra", esas albarizas con cepas retorcidas que comienzan en esta fecha a granar sus frutos. Ni siquiera los terroncillos sueltos que las gradas producen en el terreno me moletaban. Es más, casi disfrutaba (quizás porque iba bajando). Es verdad que el rodar es más pesado y lento, que la rueda se va metiendo casi por donde le da la gana, que hay que ir evitando los restos de poda y los alambres. Pero tal vez eso mismo exige que vayamos más pendiente de la conducción. En eso nos diferenciamos de los ciclistas de carretera. La BTT exige de su conductor un pilotaje sobre la bici más dinámico, pues no sólo se regulan los esfuerzos en función de la pendiente o del ritmo del grupo, sino que se debe estar especialmente atento a las irregularidades del terreno (piedras, surcos, arena, etc), variando a cada momento el centro de gravedad sobre la bicicleta.
Luego, los interminables campos de trigo (ahora dorados) por donde sobresalen las siluetas de los ciclistas. Los márgenes de carriles y cañadas, con una riquísima diversidad de plantas y flores, donde cada temporada descubro algunas que nunca antes había visto. Dentro de poco las praderas de girasoles. Cuando no, remolacha, algodón, garbanzos, alfalfa. Algunas veces maiz o panizo. De vez en vez, algún cortijo, a menudo abandonado. Y ahora, cada vez más, los aerogeneradores o los campos de energía fotovoltaica (huertos solares). Rapaces, pájaros, roedores, reptiles. Es lo que tenemos. Así es nuestro paisaje, una maravilla. Ni mejor ni peor que otros: distinto.
Esta tarde iba impregnándome de los distintos lugares por donde iba pasando, sintiéndolos como propios y percibiendo las alteraciones que cada cambio estacional produce.  

2 comentarios:

  1. Eres un RAPSODA de las dos ruedas.....alegoricamente hablando y yustaponiendo las frases convexas jajajajaja

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    1. Gracias, Juanma (por lo de la yuxtaposición de las convexas).

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