5 de abril de 2012

LAS VIRTUDES CAPITALES

Cuando a muy tempranas horas de la mañana la diligente familia barroso se dirigía en procesión hacia su romería anual al Valle, para purificar sus almas y engrandecer sus espíritus, el resto de mortales no podíamos conciliar el sueño, envidiando la suerte de los afortunados que alcanzarían ese día la gloria de rozar el cielo, y nos mordíamos las uñas (de los pies) por no poder disfrutar de la compañía de tan egregio pelotón. Por eso salimos en peregrinación, bastante más minoritaria y bastante más tarde, pecando de pereza, para purgar las faltas y cargando cada uno con nuestra propia cruz (del Valle).
A uno de los pecadores le ha resultado imposible realizar su penitencia por prescripción facultativa, pero los restantes (una treceava parte del número mágico de treinta y nueve) cargamos con su parte de cruz. Y rogábamos por él en nuestras plegarias en grupo. Kilometreando por el pavimento con dirección a la primera estación de nuestro particular viacrucis en El Mojo, reflexionaba cada cual sobre sus pecados más habituales, codiciando las virtudes de los justos: aquéllos que carecen de envidia alguna (frente a la que nos corroe), la prudencia de todas sus palabras (frente a nuestra maledicencia sin límites), la templanza en su comportamiento (frente a nuestro actuar impulsivo e irreflexivo).
Rogando al cielo para que nos libre de esas vilezas y nos muestre el camino correcto que siguen nuestros parientes vallejos, plenos de virtudes y humildad, llegamos a la segunda estación, El Pedroso, donde abándonándonos a nuestra gula, incumplimos la vigilia y probamos vil materia grasa de procedencia animal. Abochornados por haber sucumbido a la tentación y para poner penitencia al delito, nuestro mentor espiritual nos impuso la pena inmediatamente: en lugar de hacer un plácido recorrido, marcharíamos buscando el viento de cara. Así nos dirigimos a nuestra siguiente estación de penitencia en Paterna. ¡Tenemos tanto que aprender del linaje aguayo! Aprender a disfrutar de la naturaleza y de cada una de sus maravillas (la tierra, las piedras, el polvo, el agua, el barro, las raíces, los troncos, ...); la caridad con el prójimo (preocupándose y ayudando a los que más lo necesitan en cada ocasión); el trato exquisito con todos, con propios y extraños, sin miramientos, con un lenguaje pulcro (que a veces raya la excelencia); su infinita generosidad, en cada uno de los más variados aspectos de la práctica ciclista (esperando, animando, reconociendo de buen grado los errores ajenos, prestando bombines y cámaras, etc); la fidelidad al grupo, por encima de cualquier otro interés particular o puntual; la honestidad en cada uno de sus pensamientos y actos, con una rectitud y decencia dignos de los más ilustres hombres de bien. Por aquí el mentor, dando ejemplo, tiraba del grupo, soportando el viento de cara en beneficio de la comunidad y con la memoria puesta en el compañero ausente, en cómo debía estar sacrificándose ante una jarra de cerveza.
Reflexionando sobre nuestras vilezas y la grandeza de aquellos a los que deberíamos pretender parecernos, llegamos a la siguiente estación en Torrecera. Aquí uno de los viacrucistas, entendiendo la magnitud de sus pecados, quiso mortificarse contra el suelo, para que el vinagre del sudor escociera sus llagas y poder penar parte de sus culpas.
La siguiente estación nos esperaba en la Junta de los Ríos. ¡Con los buenos consejos y el apoyo que nos da la prole de los romero, y nosotros despreciando su generosidad! ¡Qué ingratitud! ¡Qué falta de sensatez!
Jédula sería la siguiente estación. Por allí llegábamos ya más serenos, por el viento más que por la penitencia y convencidos de que las dificultades del terreno (agua, viento, barro, etc) son pruebas que nos envía la providencia para mejorar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Ya sólo nos quedaba completar el viacrucis llegando a Jerez, habiendo reconocido nuestras equivocaciones, nuestros errores, y con el firme propósito de aprender de todos aquellos que sólamente pretenden que consigamos la felicidad que nosotros mismos nos empeñamos en rechazar.
"La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más." Proverbios y Cantares (A. Machado)

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